miércoles, 1 de diciembre de 2010

GATOS


La primera vez que pisé la Universidad del Bósforo me di cuenta de dos cosas: la primera, que su campus más parecía un bosque que un campus; la segunda, que estaba lleno de gatos. A estas alturas estoy convencido de que una de las mejores opciones para futuras reencarnaciones es, sin duda, el gato del Bósforo.
Lo vi claro cuando, en la primera reunión de departamento, mientras sentados en círculo algunos profesores empezábamos ya a entrar en fase REM, apareció por una de las ventanas un enorme gato pardo. Creo que fui el único que se sorprendió y salió de aquel estado de sopor. Después de una pirueta digna de un acróbata (pues la ventana solo tenía una pequeña apertura por la parte superior) el gato entró en la sala y, tras una pequeña vuelta de reconocimiento, con el mismo desinterés que los profesores habían mostrado por él, dio media vuelta y se marchó por donde había venido.
Al término de la reunión subí a la quinta planta, donde está situado el despacho de los profesores de español. No llevaba ni diez minutos sentado al ordenador cuando, al girarme, volví a ver aquel animal acurrucado en una silla. No fue él sino yo quien, de puro susto, pegó un brinco.

Al llegar a casa, un gato negro custodiaba la entrada. Como no soy supersticioso, entré en casa sin hacerle el menor caso pero inmediatamente empezó a maullar. Media hora más tarde pensé: Raúl, es un gato negro, no lo cabrees. Me autoconvencí de que lo mejor sería ganarme su simpatía con un poco de leche caducada, de la que se encuentra en toda casa de buen soltero. Salí con el trofeo y una enorme sonrisa falsa. Nada más abrir la puerta, el gato me hizo un quiebro que me dejó sin cintura y entró como un rayo en mi casa. Empecé a correr tras él, poniendo toda la casa perdida de leche caducada. Para cuando quise darme cuenta estaba revolcándose en mi sofá y me costó veinte minutos de persecuciones por toda la casa lograr que se fuera.

Pero mis aventuras con los reyes del campus no terminan aquí. Al día siguiente, después de comer, observé en el jardín a una preciosa treintañera de tez morena y rasgos helénicos. Sin dudarlo un instante salí a entablar conversación. En efecto era griega y se llamaba Cora. He perdido el gato de mi vecino me dijo. Por Dios, más gatos no, pensé, pero al instante me oí decir: si quieres te ayudo a buscarlo. En seguida lo encontramos y en seguida nos rehuyó y se lanzó por una frondosa pendiente. A mí me da un poco de miedo ese gato me dijo. No te preocupes, voy yo respondí quitándome la chaqueta y mirándola con aire de Indiana Jones.
Al cabo de cinco minutos regresé lleno de arañazos de gato y de zarzas. Se ha escapado confesé avergonzado. Cora me miró atónita y cuando reaccionó empezó una retahíla de disculpas tras las cuales se ofreció a curarme los arañazos. Cuando ya estábamos de camino nos detuvo el sonido de un largo maullido. Era él otra vez. Estaba delante de otro gato que también maullaba de forma exagerada. Cora insinuó que estábamos delante de una escena romántica y al instante empezó a alentar al macho mientras yo la miraba con estupor. El macho reaccionó, pero en lugar de una escena sexual gatuna nos ofreció un espeluznante asalto de lucha libre sin tregua. Ella quería separarlos pero yo, empujado por la sed de venganza, me negué, intentando convencerla de lo peligroso de la situación, mientras seguía la pelea con saña. En pocos minutos el gato y yo teníamos un aspecto parecido. Cora se puso histérica y entre gemidos me reprochaba: ¡Deberíamos haberlos separado, mi vecino me va a matar; voy a llamarle! Allí me quedé yo delante del otro animal que me miraba y parecía sonreír con malicia.
Desde entonces cada vez que vuelvo a casa me lo encuentro subido a un muro de piedra, ligeramente por encima de mi cabeza, emitiendo un largo maullido a mi paso. A veces me acompaña mi amigo Pablo quien, cuando le cuento totalmente fuera de mí que esto es un atropello y una humillación y que este campus está gobernado por una gatoarquía, me dice con cara de preocupación que estoy obsesionado.
Mi amigo me dice que no, pero yo les aseguro que, además, mantiene esa sonrisa maléfica.

3 comentarios:

  1. Niño, eres lo mejor de lo mejor.
    Joder, yo de mayor quiero escribir como tú.
    Perdón, no, quiero vivir tus arañazos con formas helénicas, jejejeje.....

    Genial Raúl, me gustas tío.

    Un abrazo

    Gustavo Campos

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  2. Muy bueno Raúl, muy, muy bueno.

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  3. Indiana Cats!!!
    La seducción felina en su naturaleza...
    Que gran aventura gatuna!
    Miau, miau, maullaba ...

    Felicidades!

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